Por N.REYNOL
Tras años de olvido el mundo rural es motivo de debate. Problemas relacionados con el vaciamiento de los pueblos, el envejecimiento de la población, la insuficiencia y carencia de servicios básicos, la lucha de ganaderos y agricultores para mantener sus explotaciones, la fijación de precios justos para sus productos,……están copando la agenda política y mediática de la actualidad. Son problemas viejos, dormidos durante años, aunque es ahora cuando surgen de nuevo, muestran su dimensión real y son necesarias medidas para detener el deterioro de un modelo de vida secular o, al menos, frenar su proceso destructivo.
El tiempo y la nostalgia han mutado en días felices los vividos antaño, sin embargo fueron tiempos difíciles en los que la economía familiar, basada en el autoconsumo, daba escasamente para vivir, a pesar de las jornadas de trabajo interminables, la dureza de las tareas agrícolas y ganaderas. Aquel modelo de vida, sin oportunidades ni futuro, aconsejó que la mayoría de los padres de familia realizasen un esfuerzo impagable para liberar a los hijos de un mundo de carencias, dándoles estudios y la posibilidad de huir de aquella economía de subsistencia con la esperanza de una vida mejor. Más aun, no es equivocado afirmar que los padres empujaron a los hijos a esta huida masiva pensando en su bienestar y en el mundo de oportunidades que se abría en las ciudades. Así, a la emigración existente, se unió la de un colectivo joven y en vías de formación que incrementó la despoblación del mundo rural y erosionó un modelo de vida asentado a lo largo de siglos. El fenómeno se ha agudizado y en la actualidad exige soluciones rápidas, pero debemos preguntarnos si esta situación es reconducible y, en caso positivo, como encaja con una sociedad acomodada e instalada en el bienestar y, seguramente, en el hedonismo.
La imagen del mundo rural que perciben los habitantes de las ciudades no se ajusta a la realidad, porque enmascara con tintes de belleza y romanticismo la dureza y soledad de la vida de los pueblos. La memoria es selectiva y la nostalgia ha convertido en felices tareas, costumbres o tradiciones de aquel mundo (la matanza del cerdo por San Martín, la trilla del cereal por la Virgen de agosto, la pisada de la uva en las primeras semanas del otoño…..), con olvido de los afanes y luchas cotidianas. La realidad, sin embargo, era y es otra: las condiciones de vida del mundo rural no satisfacen a las nuevas generaciones, entre otras razones, porque las oportunidades
vitales y profesionales a las que pueden aspirar son las mismas que tenían sus abuelos y heredaron sus padres. El mundo rural se ha caracterizado siempre por su estancamiento y resistencias al cambio. La implantación de medios y técnicas para la explotación de la tierra, así como la comercialización de sus productos han venido siempre acompañadas de un proceso lento y de recelos, aunque alguna vez surgen experiencias que impulsan y mantienen iniciativas con vocación de permanencia, pero de escasa incidencia económica y social.
El problema de la España vaciada, pienso, no tiene fácil solución, al menos, por ahora. A la falta de oportunidades que ofrecen los pueblos, se suma la amplia red de infraestructuras de comunicaciones y carreteras que posibilita los desplazamientos diarios a los que aun mantienen sus ocupaciones en los pueblos y residen en la capital de la provincia o ciudades que le ofrecen servicios básicos, mayor confort y alternativas de ocio.
Redacté estas líneas el pasado mes de febrero, antes de que el coronavirus se convirtiera en pandemia y los gobiernos, a nivel mundial, tomasen medidas impopulares y radicales para evitar su implantación o, al menos, limitar sus efectos. En estas circunstancias son muchas e importantes las cosas que vienen sucediendo, aunque la más importante y generalizada es que nada será igual después del coronavirus. Muchos ya hablan de cambio, ayer era una presunción de algunos y hoy se ha convertido, a nivel global, en más que una certeza. Y con el cambio también viene el tiempo de oportunidades que hay que aprovechar para dignificar y modificar la vida de los pueblos
El cambio de era ya está aquí y ha llegado para quedarse. Después de la transformación tecnológica producida en los últimos años nadie duda de la fuerza de su implantación y de su capacidad para transformar nuestras vidas, como hemos podido comprobar en la cuarentena que sufrimos por del maldito virus. Solo hay que observar la aceleración del teletrabajo, la robotización de tareas o la incidencia que la paralización está teniendo en el medio ambiente. Por ello, sería deseable y necesario que este movimiento transformador abarcara al mundo rural para inventar un nuevo modelo de vida que paralice la despoblación de los pueblos y posibilite y mejore sus condiciones de vida.